Cuantas metáforas en canciones hablan de la ruta a ninguna parte o lugar? Muchas no... buehh hablaban de ésta seguramente...
¿Te gustan los coches? ¿Te gusta conducir? ¿Te atreverías, si tuvieras el dinero y el tiempo suficiente, a circular por algunas de las carreteras más remotas, pintorescas o exigentes del planeta? Mientras te lo piensas, intentaré recopilar en una serie de post un viaje virtual por algunas de las carreteras más espectaculares de la Tierra. Mi primera propuesta es una pista no asfaltada que cruza los impresionantes paisajes de bosque boreal del norte de la provincia de Quebec, en Canadá: la Trans-Taiga Road, una carretera que, en realidad, no lleva a ninguna parte.
Contruida por la empresa energética Hydro-Quebec para servir de ruta de enlace entre varias estaciones hidroeléctricas ubicadas en el curso del río La Grande y Caniapiscau, se compone de 582 kilómetros de pista de grava en excelentes condiciones hasta la presa de Brisay, más otros 84 kilómetros finales hasta el embalse de Caniapiscau. Su buen estado de conservación permite recorrerla en su totalidad con un automóvil normal (siempre que cuente con buenos neumáticos), aunque se recomienda el uso de un vehículo 4X4 para el último tramo del recorrido, plagado de piedras y rocas.
Un viaje por carretera al lugar más remoto de Norteamérica
Su escasa complejidad técnica – prácticamente llana y bien compactada – no debe servir de excusa para tomar esta carretera a la ligera, ya que es una de las más remotas y solitarias de todo el planeta (y, además, su longitud total alcanza la “diabólica” cifra de 666 km.) De hecho, llegados al final de la misma estaríamos a nada menos que 745 kilómetros del núcleo de población más cercano accesible por carretera, la localidad de Radisson. El final de la Trans-Taiga Road (al borde del paralelo 55) es el punto más alejado al que se puede llegar por carretera en toda Norteamérica.
Un hecho paradójico ya que la ciudad de Schefferville se encuentra a “solo” 190 kilómetros de distancia en línea recta, pero el terreno es intransitable incluso para un vehículo todo terreno. Si a pesar de todo fueramos capaces de llegar hasta allí, nos encontraríamos un pueblo del que no sale ninguna carretera, por lo que sólo podríamos abandonarlo por ferrocarril o transporte aéreo.
Cientos de kilómetros de naturaleza salvaje
La TransTaiga deriva hacia el este desde la carretera James Bay Road a la altura del kilómetro 544. En su recorrido no encontraremos ningún poblado, salvo algunos pequeños campamentos exclusivos para el personal de Hydro-Quebéc y algunos refugios dedicados a dar cobertura a grupitos de cazadores y pescadores. Por cierto, el término municipal de James Bay ocupa 350.000 kilómetros cuadrados, por lo que es, de largo, el más grande del planeta.
Antes de girar en el cruce y enfilar la carretera, los turistas reciben la bienvenida con la señal de tráfico que se ve más abajo. Una señal que da verdadero miedo, aunque lo realmente problemático sería pasar de largo sin percatarse de ella. Aunque está en francés, el aviso es bien claro: la próxima estación de servicio se encuentra a ¡500 kilómetros de distancia!
Huelga decir que la carretera carece de cobertura de telefonía móvil (salvo vía satélite y algunos postes teléfonicos de emergencia), y su escasa densidad de tráfico puede convertir una avería, una salida de pista o un simple pinchazo en un incidente grave. Pueden pasar horas e incluso días hasta que aparezca otro vehículo, las temperaturas en invierno pueden alcanzar los 40 grados bajo cero y no conviene olvidar que estamos en los dominios del lobo y el oso negro.
Invierno o verano, un viaje que conviene preparar a conciencia
No es una carretera para turistas despistados; se construyó con el único propósito de ser una vía de servicio para el mantenimiento de las estaciones hidroeléctricas del lugar. En verano, la superficie de la pista puede alcanzar temperaturas elevadas que querrán derretir la goma de las ruedas. Cruzarse con uno de los camiones que acostumbran a recorrer la vía supondrá una inmersión en una gran nube de polvo. Si el viento está en calma, estaremos a merced de los mosquitos y las moscas negras.
La Trans-Taiga no figura, desde luego, entre las carreteras más espectaculares por las que se puede circular. No ofrece las llamativas vistas de una vía de montaña y su trazado la puede hacer monótona y aburrida. Su atractivo radica en adentrarse en los inmensos bosques boreales de Canadá; en alejarte, hasta niveles que pueden llegar a ser peligrosos en caso de contratiempo, de la ajetreada civilización; en permitirte disfrutar de la soledad y el silencio de un territorio absolutamente salvaje.
Un viaje que siempre será de ida y vuelta. Tras 666 kilómetros y muchas horas de conducción, la carretera simplemente se acaba. Estaremos en mitad de la nada, a medio día de viaje de la población más cercana y con la única posibilidad de deshacer el camino andado. Sólo quedará una opción: dar media vuelta y volver a recorrer la Trans-Taiga en sentido inverso. Una aventura no apta para impacientes ni para aquellos que enseguida echan de menos el bullicio de sus semejantes.
Fuente: acá
tiene pinta de ser un viaje muy excitante
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