Siempre hay ocasiones en los que la historia y el azaroso destino posibilitan que en un olvidado gimnasio cubierto de Dakar, en Senegal, alguien descubra al que podría convertirse en un futuro no demasiado lejano en el techo baloncestístico de la NBA.
Y es que fue allí, en las tierras senegalesas de Dakar donde el ojeador Amadou Koundol, asistente del entrenador en Irvine UC., descubrió a Mamadou N’Diaye, el jugador de baloncesto de instituto más alto de EE UU. Koundol tan solo tuvo que alzar la vista hacia el techo del modesto pabellón cubierto de Dakar para percatarse de que había topado con un chico que superaba con creces la estatura lógica para su edad.
Aquella tarde Koundol conoció a Mamadou, un tipo tan grande como noble del que cuenta estar ya acostumbrado a que la gente quede impresionada con todo lo que hace, mucho más desde que en septiembre de 2010 llegó a EEUU para completar su odisea personal e ingresar en el Stoneridge Preparatory de Simi Village (California). Y aunque su historia aún permanece rodeada por un velo de secretismo absoluto, lo cierto es que en aquel primer colegio le ayudaron y proporcionaron una tarjeta de estudiante. Un colegio con apenas 25 estudiantes entre los grado nueve y doce, dirigido por María Arnold. Anciana de 81 años, conocida como “la abuela mexicana” que le brindó su cálida acogida y quedó sorprendida por la entrañable bondad de aquel chico senegalés perdido, que para acceder a su oficina tuvo que doblar medio cuerpo.
Sería precisamente en Simi Village (California), donde Scott Arnold, director comercial del colegio e hijo de María Arnold, comenzó a atisbar rasgos de gigantismo en el tamaño y las manos de N’Diaye. Por ello junto a Amadou Koundol, llegó a la conclusión de que debía de poner en manos médicas la exploración y búsqueda de la causa de aquella peculiar complexión física. Tras una resonancia magnética se localizó el motivo de su desproporcionado y evidente crecimiento. Los resultados revelaron la presencia de un tumor del tamaño de una pelota de golf en su glándula pituitaria, que motivaba un evidente desorden en su factor de crecimiento y creaba serios problemas de visión al presionarle el nervio óptico. Cosa seria, pues según los médicos de no ser tratado a tiempo la citada anomalía podría dejarle ciego en solo dos años.
El colegio Stoneridge Preparatory de Simi Village, no tenía el seguro adecuado para ayudar al chaval e incluso su visado llegó a correr peligro. Afortunadamente gracias a las donaciones de la caridad y a la vital y anónima aparición de una pareja californiana que asumió la tutela legal de N’Diaye, el joven senegalés fue sometido a dos operaciones para extraer el tumor en el Hoag Memorial Hospital de Newport Beach, California. Una intervención tras la que pudo convertirse nuevamente en un chico más de su colegio, aunque con bastantes centímetros de diferencia con respecto a sus compañeros.
La pareja a los que los funcionarios se niegan a identificar, desea permanecer en el anonimato, pues tienen dos hijos propios más e intentan guardar celosamente su intimidad. Son gente normal y resulta paradójico que un negocio como la NBA no destine ni un mísero 1% de sus arcas podridas de dinero para subsanar casos como el de Mamadou, al que pronto se rifaran. Entonces nadie recordara que este chico vivía en Senegal en el olvido y salvó su futuro gracias a la caridad y la buena fe de una pareja anónima californiana.
Y es que Mamadou N’Diaye, aquel chico al que le gusta montar en bici y siente verdadera pasión por la comida china, es hoy en día el jugador de baloncesto de instituto más alto de EE UU. Actualmente ha saltado a la actualidad de la High School debido a su desempeño como pivot en las filas del Brethren Christian Warriors, en Huntington Beach, California, donde a sus dieciocho años ha impresionado a todos con sus 2,27 m de altura y sus 140 kilos de peso.
John Bahnsen, su entrenador en el B.C.Warriors, que aún no cree lo que contemplan sus ojos cuando le ve machacar, rebotar y anotar prácticamente sin saltar, le augura un gran futuro en el baloncesto profesional. Un futuro al que podría llegar siempre y cuando logre la coordinación de movimientos necesaria para convertirse en el futuro techo de la NBA, donde como ya dije, le siguen muy de cerca. N’Diaye promedia 22,8 puntos, 13,2 rebotes y 6,8 tapones por partido prácticamente sin hacer esfuerzo alguno, por lo que aparte de una bendición, para Bahnsesn, su técnico en el B.C. Warriors, representa un gran reto, pues en gran medida su futuro dependerá de su evolución en los próximos meses y años.
A día de hoy resulta verdaderamente impactante verle jugar junto a chicos de su edad con una altura considerable y a los que saca casi medio cuerpo. El tiempo y su progresión física y mental arrojará el desenlace personal y deportivo de N’Diaye, un chico humilde que al contrario de lo sucedido con Leo Messi, no paró de crecer y llegó de Senegal quizás para escribir su propia historia en la meca del baloncesto. Aquella que observa a la lejanía y con profunda admiración, esa que le ignoró en momentos difíciles y ahora casualmente queda impresionada al contemplar su altura. Recientemente el joven Mamadou tuvo un encuentro casual en Newport Beach con un jugador consagrado al que idolatra y saca 11 pulgadas, un genio del basket del que porta sus zapatos en cada partido: Kobe Bryant.
Quién sabe si en tres años jugarán juntos, el tiempo lo dirá, pero su figura impone tanto como aquella meseta del Tíbet, en la que se encuentra situado el techo del mundo, allá donde un joven senegalés, cuya historia comenzó en un gimnasio perdido de Dakar, dicen que toca el cielo con la yema de sus dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario